sábado, 19 de septiembre de 2015

30 años

Anoche me quedé leyendo el especial de Proceso sobre el Sismo del 85. Me detuve en la historia de una mujer cuyo edificio había colapsado en las calles de San Luis Potosí y Córdoba. El reportero narraba como había perdido a sus tres hijos, y la manera en que después de tratar de suicidarse cortándose las venas padecía alucinaciones llamando desesperada a sus vástagos. Es una de las miles de historias tristísimas que comenzaron ese 19 de septiembre hace tres décadas, y que quienes ya vivíamos en la Ciudad de México conocimos de una u otra manera. Es terrible leer los reportajes que publicó entonces Proceso y constatar que seguimos gobernados por la misma miseria humana incapaz de asumir el liderazgo en una situación de emergencia de esa naturaleza y de identificarse en el dolor ajeno. Entre las historias rescatadas en la publicación, se cuenta como entre los escombros del edificio de la policía judicial del DF apareció un abogado penalista encajuelado que había desaparecido una semana antes, y  decenas de presos que eran torturados en el gimnasio de la misma dependencia. Pienso en los 30 años que nos separan de aquella tragedia y en los que, supuestamente, hemos avanzado como sociedad y me parece que seguimos bajo el mismo régimen, subyugados por la corrupción, la incompetencia, la insensibilidad y la completa indiferencia. Hace 30 años, se decía que otro sismo de las mismas magnitudes o más podría ocurrir en 30 años. Cualquier geólogo nos dirá que esa afirmación es tan válida como imprecisa y que lo mismo puede comenzar un terremoto ahora mismo que en 15 o 30 años, lo que si es inadmisible es que la otra catástrofe, la del gobierno de ineptos y rateros siga ahí, no como una amenaza, sino como una realidad que nos oprime todos los días, inventando pruebas y criminales, ocultando su proceder y en definitiva actuando impunemente en todos los niveles. Qué habrá sido de aquella pobre mujer lamentándose por sus hijos, con la misma impotencia y dolor con el que lo hacen hoy los padres de Ayotzinapa, me rondaba el pensamiento anoche. ¿Cuán indefensos y vulnerables permanecemos ahora? ¿Por qué nuestra memoria es tan corta, incluso, con aquellos acontecimientos tan dolorosos?  A 30 años de distancia, seguimos arrodillados pidiendo que deje de temblar, sin asumirnos como el verdadero factor de cambio.